jueves, diciembre 14, 2006

Digas tú, Molibdeno



Muy graciosa es la doncella,
¡cómo es bella y hermosa!

Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la vela o la estrella,
es tan bella.

Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo, o las armas, o la guerra,
es tan bella.

Digas tú , el pastorcico
qu el ganadico guardas,
si el ganado, o los valles, o la sierra,
es tan bella

Gil Vicente
(1465-1536)

14 de diciembre. Santo del día. San Juan de la Cruz.




Otras canciones a lo divino, del mismo autor, de Cristo y el alma

Un pastorcico, solo, está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.


No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido;
mas llora por pensar que está olvidado.


Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.


Y dice el pastorcico: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia,
y el pecho por su amor muy lastimado!


Y a cabo de un gran rato, se ha
[encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado.

domingo, diciembre 10, 2006

Minestrone (y Molibdeno, tras meditar un rato, lo aprueba) propone pedir ayuda a Pintillo Pilono



- Traigo los Papeles Negros, sí, pero Manubrio sigue en el Palacio Francés. Quizá se acerque su hora mala.
- Entrégaselos a Jayumi Fonollosa para que empiece sin perder un minuto a desentrañar sus secretos. En ellos está la clave para desterrar de este mundo los delirios torcidos de las huestes de Palacio. En cuanto al bueno de Manubrio, inmediatamente pondremos en marcha un plan de rescate. Tendremos que ser cautelosos, el peligro es grande, pero jamás dejaremos a uno de los nuestros pudrirse en ese piélago de moscas y alas de insecto. No sería una conducta Molar.

Minestrone, con la marca en los bigotes del Cola-Cao calentito que tan amablemente le había preparado la gentil Gamma Glo, confió a su amado Presidente la idea que le rondaba desde que dejó atrás a la Bestia Mulé:

- He estado dándole vueltas, y quizá con las fuerzas de las que disponemos (Lón, el Senador Dor, Mabuse y quizá alguna ayuda suplementaria) no sea suficiente para un asalto a Palacio.
- Lo sé, también yo lo he pensado, pero no tenemos tiempo para esperar al Jovencito Emponzoñado de Alcohol, a Similar Oficina o a Epaminondas de Gólgota. Todos están fuera. Aprendiendo y enseñando. En misión Molar.
- Estaba pensando en otra persona (o lo que sea), pero sólo tú, amado Presidente, nuestro buen Molibdeno, sabes hasta qué punto es posible. Y si realmente sería tan peligroso como siempre se ha dicho.
- Ah, ya veo por dónde vas, Minestrone, nuestro ardiente guerrero de intachable conducta fundada en la verdad y en la justicia. Diría que estás pensando en solicitar ayuda a Pintillo Pilono.
- Sé las cosas que de él se cuentan, y quizá sea una temeridad suponer que pueda luchar a nuestro lado, pero también sé que si alguien puede hacer de Pintillo nuestro aliado, ése es usted. Si es verdad lo que dicen, y si me permite recordárselo sin causarle enojo, hubo un tiempo en que fueron amigos. Y no de tertulia de café de achicoria, sino más bien de piscolabis a media tarde y tartas con velitas.
- Dejemos eso ahora. Meditaré mientras me depilo el cigomático. En cuanto decida algo, sea lo que sea, os informaré. Ve ahora con tus compañeros y descansa lo que puedas. Esto no ha hecho más que empezar.

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Se envió un propio con recado a nombre de Pintillo Pilono. Luego otro porque el primero fue devorado. Por fin un tercero, que tuvo la suerte de conservar el cráneo y las dos piernas, trajo en la boca la respuesta.
Molibdeno, Minestrone y todos los demás quedaron perplejos. La respuesta no admitía dudas: Pintillo Pilono estaba de su lado y dispuesto a entregarse al combate contra la mórbida molicie palaciega. Quizá demasiado dispuesto.
Con la inquietante sensación de que aquel aliado podría convertirse en cualquier momento en una tormenta imprevisible y mortal, acabaron de leer su breve nota:

“…Por lo demás, tratándose de un hombre como Manubrio, prestar ayuda, con los medios de que disponga y pueda, será la más hermosa de las empresas.

lunes, diciembre 04, 2006

El cadáver de un marmolista



Minestrone podía sentir tras él la locura Mulé; le oía aullar, pero no miró ni una vez el espejo retrovisor. Pronto llegaría a campo abierto, y confiaba en burlar a su perseguidor tomando alguna pista de tierra o internándose (peligroso, ¿eh?) en las propiedades de Pintillo Pilono.
Hizo girar rápidamente el volante; doblaba un cruce. Las ruedas de un lado se levantaron y, al cabo de un segundo interminable, volvieron al suelo con un ruido sordo. No aminoró: el pie pegado al acelerador, bombeando adrenalina al motor de su destino; si un poco cansadito, gloriosamente arriesgado. En órbita.

La estela multicolor de Minestrone a toda leña fue la última visión del marmolista. Cruzaba la calle en dirección al centro. Iba la mar de contento a hacer el primer presupuesto del día cuando el Tyrrell P 34 lo hizo pedazos. La Bestia quedó inconsciente sobre el volante, como un muñeco sin afeitar. Un hilillo de sangre cruzaba su ojo derecho, goteaba sobre su rodilla desnuda e iba formando un charquito pegajoso en la alfombrilla del coche.

El cadáver del marmolista estaba rodeado de transeúntes mudos, indecisos y (no todos) medio gilipollas. Casi al mismo tiempo que los sanitarios rubicundos en pantalón corto aparecieron los hermanos del difunto: el Registrador de la Propiedad, el Desdentado Mórbido y el Otro. Los presentes prudentes (los insensatos, a lo suyo) al punto comprendieron que el problema más pequeño de la Bestia en el futuro sería sanar de sus heridas.

Casi instintivamente, Minestrone miró al fin por el retrovisor. No alcanzó a comprender lo que había pasado, pero supo que los Papeles Negros, al menos de momento, estaban a salvo. Levantó el pie del acelerador, se frotó el muslo derecho con la palma abierta y dirigió su poderosa máquina a la sede del Partido Molar. El camino entero dándole vueltas al rescate de Manubrio.
- ¡Palacio Francés, refugio de los torcidos, ahora nos veremos las caras!

sábado, diciembre 02, 2006

Bendita Indiferencia


Leo con admiración, querido Emperador, la fabulosa Epístola Molar a Molibdeno. Me recuerda, entre otras cosas, esto. Por eso lo transcribo.

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Genealogía del fanatismo

“En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado… Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas.
Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. […]
No hay intolerancia, intransigencia ideológica o proselitismo que no revelen el fondo bestial del entusiasmo. Que pierda el hombre su facultad de indiferencia: se convierte en asesino virtual; que transforme su idea en dios: las consecuencias son incalculables. No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la Reforma. […]
El diablo palidece junto a quien dispone de una verdad, de su verdad. Somos injustos con los Nerones o con los Tiberios: ellos no inventaron el concepto de herético: no fueron sino soñadores degenerados que se divertían con las matanzas. Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático.
En cuanto rehusamos admitir el carácter intercambiable de las ideas, la sangre corre… Bajo las resoluciones firmes se yergue un puñal; los ojos llameantes presagian el crimen. Jamás el espíritu dubitativo, aquejado del hamletismo, fue pernicioso: el principio del mal reside en la tensión de la voluntad, en la ineptitud para el quietismo, en la megalomanía prometeica de una raza que revienta de ideal, que estalla bajo sus convicciones y la cual, por haberse complacido en despreciar la duda y la pereza – vicios más nobles que todas sus virtudes -, se ha internado en una vía de perdición, en la historia, en esa mezcla indecente de banalidad y apocalipsis… Las certezas abundan en ella: suprimidlas y suprimiréis sobre todo sus consecuencias: reconstituiréis el paraíso. ¿Qué es la Caída sino la búsqueda de una verdad y la certeza de haberla encontrado, la pasión por un dogma, el establecimiento de un dogma? De ello resulta el fanatismo – tara capital que da al hombre el gusto por la eficacia, por la profecía y el terror -, lepra lírica que contamina las almas, las somete, las tritura o las exalta… No escapan más que los escépticos (o los perezosos y los estetas), porque no proponen nada, porque – verdaderos bienhechores de la humanidad – destruyen los prejuicios y analizan el delirio. […]
Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente
Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir “nosotros” con una inflexión de seguridad, invocar a los “otros” y sentirse su intérprete para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y los verdugos de gran clase. Es que toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible cuanto que los “puros” son sus agentes. Se sospecha de los ladinos, de los bribones, de los tramposos; sin embargo, no sabríamos imputarles ninguna de las grandes convulsiones de la historia; no creyendo en nada, no hurgan en vuestros corazones, ni en vuestros pensamientos más íntimos; os abandonan a vuestra molicie, a vuestra desesperación o a vuestra inutilidad; la humanidad les debe los pocos momentos de prosperidad que ha conocido; son ellos los que salvan a los pueblos que los fanáticos torturan y los “idealistas” arruinan. Sin doctrinas, no tienen más que caprichos e intereses, vicios acomodaticios, mil veces más soportables que el despotismo de los principios; porque todos los males de la vida vienen de una “concepción de la vida”. Un hombre político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción…
El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza. Lejos de disminuir el apetito de poder, el sufrimiento lo exaspera; por eso el espíritu se siente más a gusto en la sociedad de un fanfarrón que en la de un mártir; y nada le repugna tanto como ese espectáculo donde se muere por una idea…[…]”


E. M. Cioran
Adiós a la filosofía y otros textos
(trad. de Fernando Savater)
Alianza Editorial, 1980.