martes, mayo 15, 2007

Vestidos, vestidos, vestidos.



[...] Sabe que cuando hace mucho calor hay que taparse con ropa de abrigo, una pelliza y un gorro de piel de cordero, y no quedarse en carnes, como hacen los blancos. Al contrario del hombre despojado de ropa, el hombre vestido piensa. La persona desnuda puede cometer cualquier locura. Los que crearon grandes obras siempre fueron vestidos. En Sumeria y en Mesopotamia, en Samarkanda y en Bagdad, a pesar del calor infernal, la gente siempre ha ido vestida. Se crearon allí grandes civilizaciones, desconocidas en Australia o el ecuador africano, donde la gente iba desnuda al sol. Basta leer unos capítulos de la historia del mundo para convencerse de ello. [...]

Ryszard Kapuscinski
El imperio
(trad. de Ágata Orzeszek)
Anagrama

domingo, mayo 13, 2007

(2) ¡Desnudos!, ¡Desnudos!, ¡Desnudos!



Después de acariciarlos a todos he ido a casa de Nino Gomera y le he pedido una copia del informe del Sr. Arzobispo Mayoral. Tenía dos. Una para mí. Otra para él. De paso me ha enseñado unas fotos del ombligo de su hermana.

Sigue como sigue:

El nigromante rondó unos días el Gólgota Francés. Vivía a salto de mata. A salto de cama si se daba el caso. Trabó amistad con los Niños Murcia y de vez en cuando les pedía que le dejaran su cuarto para hacer sus cosas. Invocando en la penumbra a unos cuantos muertos procuraba seguir vivo en la práctica de sus arcanos.
Allí, en la ladera del Gólgota Francés, los inviernos son duros, pero aun el invierno más cruel llega a su fin y trae tardes buenas. Fue en una de éstas que el nigromante se echó a dormir la siesta: desnudo sobre la hierba cencida de un hermoso prado. Durmió plácidamente, soñó muchachas nubias y loros muertos alfombrando las calles de Francés. Con el fresquito del ocaso se despertó. Olía a almizcle. O quizá a compota de manzana. Abrió los ojos y allí, de pie ante él, un joven en cueros vivos, pálido, casi transparente, el rostro de perfil, miraba al infinito. Su sexo, de tamaño colosal, le rozaba la nariz postiza. Se incorporó de un salto y aulló, sin saber bien ni mal lo que decía: - ¡Xedropot Násgu Bolardo de Palo!

Cuando abrió los ojos, aquello (que luego pasaría a conocerse como Xedropot: el primer Desnudo documentado y el único con la gracia de un nombre) se había esfumado.

Nuestro buen nigromante abandonó aquellas regiones perturbado en lo hondo por aquella visión y visitó a muchos amiguitos para relatarles lo que había visto (y olido): espiritistas, magos, médiums, adivinos, brujos, videntes, hechiceros, astrólogos, quiromantes y taumaturgos no le aclararon gran cosa. Alguno le hizo dudar: ¿no sería la aparición de un muerto recién invocado venida a destiempo? ¿Una trampa de su imaginación embebida en el misterio? ¿Algún hippie zarrapastroso con ganas de incordiar a la gente de bien y el cimbel estimulado por las drogas y el ayuno?

A los pocos días, la Gaceta Wöyzeck, al otro lado de Francés, hablaba de extrañas apariciones de exhibicionistas pálidos. Y lejos de allí, en los Cárpatos Francés, como quien no quiere la cosa, una de señora de muy buen ver dejaba caer sus pechos desnudos sobre las corvas de un seminarista dormido que, fuera o no casualidad, en ese mismo momento dejó de estarlo.

lunes, mayo 07, 2007

(1) ¡Desnudos!, ¡Desnudos!, ¡Desnudos!



En el vestíbulo del Hotel, un rato antes de acariciar a todos los gatos.

El Diario Francés trae hoy un resumen del informe del célebre Sr. Arzobispo Mayoral sobre la Amenaza Desnuda o, como prefieren llamarlo las Doce Plumas de perilla bien recortada: el Desnudismo Final.

Así cuenta el Sr. Arzobispo la primera Aparición Desnuda: en la ladera del Gólgota Francés, a medianoche, la familia Murcia Québonitaeres se disponía (otros dirían que se aprestaba, pero no es cosa de enmendarle la plana al Sr. Arzobispo, y menos para decir exactamente lo mismo y retrasar lo inevitable) a embadurnarse de Aután unos a otros en deleitosa armonía parentelar.

- Así, Tambor Choto, unta bien las ingles de tu hermanita, que si al escozor se une el roce, el disgusto es completo.
- Óptimo, Mamá Murcia, cuida de no dejar un solo pedazo de tegumento al albur de los feroces insectos del Gólgota Francés.
- Tan apreciados, por otra parte, por su deliciosa leche de insecto del Gólgota Francés.
- Con ella hacemos mantequilla del Gólgota y queso de espiritrompa.
- Y los domingos, si hace bueno, salimos al camino Francés y ofrecemos a los caminantes nuestros sabrosos productos tradicionales y nuestra modesta alegría.
- Una vez pasó, uno, eh, Mamá. ¿Te acuerdas?
- Sí pasó, como que este dedo meñique está cosido (como todo mi cuerpo) a esa inmensa tela de araña que es el universo todo, que pasó: recuerdo su pecho velludo, sus manos como tenazas de herrero, sus cejas pobladas, retorcidas en los extremos; la nariz gorda y roja (quizá postiza, como dicen que se estilaba aquel invierno) el aliento: vino Francés; y la mirada, negra, negra, negra cuando estaba en silencio.
- Al hablar se le irisaba. O más bien centelleaban en rojo el izquierdo y el derecho. Acompasados. Supuse que nuestro caminante debía de practicar la nigromancia. Y pronto descubrí que estaba en lo cierto.
- Pues sí, señor, ése es mi oficio. Les sonsaco a los muertos cosas que los vivos olvidaron, no osaron o no tuvieron tiempo de preguntarles.
- ¿Y eso da mucho?
- Hombre, pues depende. A veces, si es cosa de herencias, sociedades o dineros ocultos sí puedo cantar el aleluya (usted ya me entiende), pero muchas otras es más sentimental, de nietas o hijos a abuelos o madres y casi sabe mal pedir algo luego que no sea un refrigerio, un piscolabis o una pizca de sal gorda.
- ¿Y tiene usted nombre?
- Pues sí tenía uno, sí, y bien distinguido. Pero ya sabe cómo son estas cosas. Uno se obceca en lo suyo, se pasa el día magia negra por aquí, ocultismo por allá, hasta que llega a ser un nigromante de padre y muy señor mío. Eso sí, el nombre se le va borrando hasta que no queda ni la serifa de la A inicial en Garamond. Anónimo. Anónimo del todo se queda uno. Así que, si le parece bien, puede llamarme Caminante Nigromante Anónimo, Usted a secas, o brindarme otro de esos deleitosos aguijonazos con su espiritrompa que de tal forma han enardecido mi alma de brujo montañés.